La Vida Loca es un documental que refleja la realidad de un país. Una realidad muy dura, cruel y sangrienta, tanto es así, que podría parecer hasta ficción.
El destino de muchos jóvenes salvadoreños está guiado por "La Mara 18". Una pandilla cuyo origen es el desarraigo de aquellas personas que emigraron a los Estados Unidos en busca de un futuro mejor. Como dicen nuestros compañeros Silvia, Carlos Amaia, Camino y Magdalena (Grupo 1), "su presente es precisamente la falta de futuro; su salida, la reinserción; su complicación, la falta de segundas oportunidades".
El contexto de pobreza y marginalidad que rodea su día a día les empuja a buscar nuevas ilusiones, nuevos proyectos en los que formar parte. Este clan es sólo uno más, pero un proyecto arriesgado y peligroso. Un proyecto en el que se implican hasta el punto de renunciar a su familia y a todo lo que un día fue suyo. "La Mara" es un instrumento de grandeza, de respeto.
Las ONGs no dan la espalda a esta situación, y ofrecen ayuda, salidas a esa falsa protección, ese falso paraguas que es "La Mara".
Christian Poveda, autor del documental, fue asesinado el 2 de septiembre de 2009. La intención del documentalista franco-español desde un principio era el aspecto humano. Él quería conocerles, comprender su situación y su incorporación desde tan jóvenes a un proyecto de estas características. Poveda estableció relaciones muy estrechas con estos jóvenes, pues hasta él mismo afirmó que se habían creado amistades, y que hasta podrían ser sus hijos o sus nietos.
"Los disparos se suceden y se van llevando uno por uno a los miembros del documental. Su creador, Christian Poveda, fue una víctima más de la situación que él mismo denunció". Esta frase es la que pone el punto y final a la práctica de nuestros compañeros. Una práctica en la que se han centrado en el aspecto humano de los protagonistas y del creador del propio documental.
Y quizás ahora sea el momento de preguntarnos cuál es nuestra reacción, nuestra posición cuando vemos este tipo de realidades. Sí, hay miles de kilómetros de distancia entre nuestro día a día y el de esta población, pero ¿no podemos ayudar de ninguna manera? ¿Tal vez estamos tan acostumbrados a ver imágenes de este tipo que nos hemos vuelto inmunes al dolor ajeno?
Alexandra de Santos
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